Llueve, llueve, llueve…
Arrecia indolente
esta lluvia.
No calla.
Ensombrecida tromba
de replicantes palabras
que salpican,
resbalan
por el cristal empañado
de nuestra desgana.
Me ahoga este aire,
su humedad charlatana.
Somos
soledad mojada.
Y llueve. Sigue lloviendo.
Llueve…
Llueven
tan frías
palabras…
reincidentes esculpen
nuestra insignificancia,
vencidas se escurren
en ríos sin vida
que barre el olvido
hasta el mar sepultado
de las alcantarillas.
Otras
– mi duelo son otras
encarnizadas palabras –
nos llueven por dentro,
emponzoñan el alma,
apalabrean el tuétano
del desaliento.
Y esas,
aquellas palabras…
imposible olvidarlas,
no, no hay,
no…
no hay quien las barra.
