El texto rinde homenaje a Sergio Oiarzabal, poeta bilbaíno que falleció a los 36 años dejando un legado literario inolvidable. Se destaca su capacidad única para crear un lenguaje poético personal, visceral y profundo, capaz de conectar con el alma de sus lectores. Admirador de figuras como Rimbaud y Larrea, Oiarzabal nunca fue un imitador, sino un creador auténtico que exploró con valentía los significados ocultos de la vida y la muerte. Ganador de numerosos premios, entre ellos el Miguel Hernández, que lo llenó de especial orgullo, Sergio dedicó su obra a su ciudad natal, Bilbao, que fue una fuente inagotable de inspiración y testigo de su grandeza.
Su despedida en la iglesia de Rekalde, con una multitud que no pudo ser contenida, evidenció el impacto de su poesía y su humanidad. Su último libro, Delicatessen underground (Bilbao ametsak), es considerado un testimonio de su maestría y creatividad inagotable, asegurándole un lugar entre los grandes poetas de su generación. La memoria de Oiarzabal vive en sus versos, un legado eterno que seguirá asombrando e inspirando a las generaciones venideras.
